En la primera
de las entradas del año, para ser original, este humilde y chapucero ártabro
hacía el enésimo ejercicio de incoherencia vital y procedía a hacer una nofelicitación del nuevo año… para acto
seguido rematar la entrada con una felicitación del año. Está claro que, quien
me conozca, sabe que este tipo de trapalladas
son muy “marca de la casa”.
Pues bien, ya veis como el año ha ido
avanzando, la periodicidad de mis publicaciones ha sido bastante “aleatoria” y,
entre una cosa y otra, hemos llegado a 30 de diciembre; por lo que para seguir
siendo un bicho raro de manual aquí va a ir mi felicitación (extraña como
encontrar un riachuelo en Tatooine) de fin de año.
Pero ¿felicitación?, sí, felicitación. El
motivo está íntimamente relacionado con la entrada del día 1 de enero; en ella,
de un modo macarrónico, hablaba de ir avanzando batalla a batalla, de
relativizar, de defenderse pero, sobre todo, de pelear. De pelear cada día, de
tratar de hacer cada día un nueva victoria, y así, ir edificando una seguridad
que es lo que por ahí llaman pasar un feliz año. Al menos yo así lo veía el día
1 y lo sigo viendo hoy, cuando estamos casi en modo “auditoria del año”.
Y como este ha sido un año de lucha de todos
y cada uno de nosotros, solo puedo levantarme y aplaudiros; sí, aplaudiros.
Aplaudiros ya que, aunque algunos de vosotros no os deis cuenta, todos hemos
peleado cada una de esas batallas y hemos salido bien parados, en mayor o menor
medida, porque (aunque no lo veamos) así es.
Ahora ya solo queda un día para finalizar este año, y ese último día lo encararemos con la mejor sonrisa
que podamos tener para nosotros mismos, lo cual nos llevará a estar preparados para empezar una nueva etapa: la de 2019.
Así que lo dicho, con una chapucera antelación
de un día, ¡feliz año nuevo!.
Caminaba por la costa, esa costa mil veces vista por miles
de personas, donde la mayoría de las personas se fijaba en el feísmo, en las cosas raras que la extraña
creatividad de la gente había llevado a levantar casi en las orillas del mar.
Ella pasaba al lado y recorría esa costa.
La brisa del mar movía su larga melena oscura, y mientras
paseaba escuchaba las frases de la gente que pasaba a su lado:
-Qué casa tan horrible.
Esa fue la primera de las frases que escuchó, pero había
más:
-Pero, ¿a quién se le ocurre levantar esa
atrocidad aquí?
Era la segunda frase que escuchaba, pero ella seguía
caminando, disfrutando de la arena mojada de la playa en un atardecer
veraniego, mientras las olas y algunas algas acariciaban sus pies. Ella
caminaba y sonreía, mientras seguía avanzando por la orilla.
Escuchaba a las gentes, escuchaba a los animales, sentía en
sus manos como salpicaba la fresca agua del mar al chocar contra sus pies,
notaba como la arena en suspensión le rozaba el cuerpo, olía el olor a mar,
olía incluso los olores de las gentes que abandonaban la playa, con esa mezcla
de olor a mar, a crema, a calor, a salitre, a un poco de todo.
Olía, oía, sentía todo lo que había a su alrededor, y pese a
las frases de críticas al aspecto de lo que le rodeaba ella sonreía. Sonreía
con una sonrisa que podía iluminar ese atardecer, sonreía sin que se le
pudieran ver los ojos detrás de sus gafas de sol, sonreía mientras miraba al
mar, sonreía mientras llevaba la mano a sus gafas para sacárselas.
Y una vez se las sacó no se veían sus ojos, se veía luz, y
empezó a hablar, empezó a hablar aparentemente sola.
Empezó a contar lo que veía de veras, que era la verdadera
belleza de esa costa, la verdadera belleza de ese mar, la verdadera belleza de
esa tierra, la verdadera belleza de esa brisa, la verdadera belleza de todo lo
que la rodeaba. Ella sí lo veía, no tenía que fijarse en la “realidad” que
criticaban otros, no, no le hacía falta. Ni tan siquiera era una evocación a
una belleza pasada, no era una narración en diferido de la belleza, no, era la
belleza del momento.
Ella contaba en directo la belleza, y era ella quien lo
contaba ya que ella era la única que podía verlo. Y era la única ya que los
demás no querían verlo, esos demás que en ese momento tenían una decisión en
sus manos, oírlo y así verlo o no hacerlo y seguir ciegos.
Efectivamente, ¡es correcto!; en estas dos
semanas de guerra atroz entre algunos de los queridos bandos de los que hemos hablado en alguna ocasión
(ojito al uso del plural y al “espaméo” que me lleva a un nivel de tontería muy
tontita) no había dicho nada, por lo que ¡efectivamente de nuevo!, ¡ahí me meto
cual cocho en una pocilga!, ¡vamos a
hablar de titulitos!.
Hemos vivido en las últimas semanas, pero si
tiramos para atrás más bien han sido meses, ¡discusiones! sobre la maravillosa
formación de nuestros políticos. Por el momento hay una dimisión de una
presidenta de una Comunidad Autónoma (paso por cámaras de seguridad de un “súper”
mediante, lo que aún aumenta el nivel de vergüenza ajena a 2000) y una de una
ministra; pero es que el líder de la oposición se sacó su carrera en un tiempo
récord digno de marca olímpica (casualmente desde su entrada en política), las
noticias sobre un presunto doctorado (o según el día doctorando) de otro líder
opositor son cuanto menos “chuscas” y
las noticias casi diarias sobre el Doctorado Cum Laude del presidente del
Gobierno cada día dan más vergüenza ajena (nuevamente está el casual factor político
por el medio). Y en estas llevamos un par de semanas, sí, un par de semanas en
las que uno pone el telediarios y vive momentos de “no miro ni oigo, porque me
da vergüenza ajena”.
Y la cuestión es ¿por qué pasa esto?, ¿por qué
se miente (presuntamente, que no me venga ningún bando a casa a quemarme…o que
vengan los dos y ya se ponen a discutir entre ellos y se olvidan de mi) en las
titulaciones de los políticos cuando….¡no lo necesitan!?. Y estas preguntas me
hacen recordar una tertulia que escuché en la radio el otro día y que,
posiblemente, tenga que darles la razón; en esta tertulia hacían la comparativa
de la talla política de los políticos actuales y los habidos en España entre
1978 y 2000 y resulta que nos encontramos con una verdad evidente: nunca
negamos, fuesen del color que fuesen, el nivel de los antiguos, podíamos “rajar”
de ellos pero sí los teníamos por gente “de nivel”; pero eso no pasa con los
actuales.
El político actual tiene que reivindicarse ya
que, ni a sus ojos ni a los nuestros tiene el nivel de los “viejos”; y para
reivindicarse lo que hacen es presumir de formación, lo cual si la tienes está
bien y debes hacerlo, el problema viene cuando o no la tienes o te la facilitan
de manera “peculiar”. En esta última situación vemos como justo presumes de lo
que careces, y pierdes toda esa imagen prefabricada que tú necesitas pero los
viejos no; y lo que das es vergüenza ajena.
¡Hala!, ya me mojé, ya solté mi teoría
copiada y ya he apostolado, en una nueva demostración de mi incoherencia me he
puesto a nivel de tertuliano o de político de elevadísimo rango, así que quien
quiera que vaya preparando la pira para quemarme. Pero antes dejadme una última
queja: me parece fatal que todo lo dicho anteriormente haya ocultado los
matices de una de las noticias más importantes, a la par que poco
sorprendentes, de las últimas décadas: ¡la salida del armario de Epi y Blas!;
sobre la cual he de protestar, me parece fatal esa línea de amistad, apoyo y
cariño hacia Epi, cuando realmente quien lo merecería es Blas, ¡el pobre Blas
solo quería cada día tranquilidad y Epi no paraba de molestarle hasta que
frunciese el ceño!, ¡Blas estoy contigo!...aunque quizá el hecho de que yo en Dragon
Ball sea de Vexeta (Vegeta para los no gallegos”), en Campeones sea de Mark
Lenders y en Star Wars sea de Darth Vader puede tener algo de relación con ello…
lo meditaré mientras me carcajéo con fuerza mientras acaricio un gatito en mi
regazo.
Como la mayoría de los homo
sapiens sapiens he tenido momentos más altos y más bajos en esta vida, y para
seguir con el topicazo, en mi caso uno de esos dos momentos bajos fue durante
la bonita (ejeem, ejeeem, ejeeeeeeeeeeeem) etapa de la adolescencia. Ahí, para
seguir abrazando el topicazo cuasi televisivo, el menda descubrió los cómics; y
más concretamente al señor Peter Parker, alias Spiderman (sí, podéis y debéis
soltar un espaidermaaaaaaan ahora). Elegir a Spidey hizo que en la dicotomía,
sí en cómics también eres o de blancos o de negros (y no hablo de caucasianos supersaharianos pálidos o subsaharianos
de color, no empecéis a encender las piras), entre Marvel y DC me hiciese de
Marvel, de hecho de DC solo “soy” de Batman (ahora ya podéis algunos encender
las piras o mandarme a vuestros padrinos).
Pues en estas estoy, expresando
mi pertenencia a un bando, así que ya podemos empezar las pedradas, porque es
así como funciona ¿no?. Asumimos que si estás en un bando, automáticamente,
pasas a adquirir todas las características de ese bando y tienes al bando de
enfrente que, presuntamente, es tu opuesto en todo y debéis luchar en pos de la
verdad absoluta hasta el fin de los tiempos.
Notemos que he hecho referencia
al mundo de los cómics, y ya solo con eso recibiría apoyos inesperados y
oponentes alucinantes, imaginaos que declaro mi adoración por una ideología
¡sería alucinante la cantidad de “¡Cuánto te odio!” que surgirían!; y si ya
elijo un bando predominante del universo futbolístico ¡átate los machos!
(llegarían incluso en etiquetarme de falangista o de destructor de la patria)…
por suerte soy del Dépor y bastante tenemos los deportivistas con ello (guerras
civiles internas aparte, que también…).
Notemos que he hecho una pequeña
herejía en mi argumentación inicial sobre Marvel y DC, he reconocido
merito/apoyo/admiración a alguien del otro bando… así que surgirán en mi
”bando” voces que me tilden de un híbrido de judas; Rivaldo; Sol Campbell y
Luis Figo (guiño, guiño a los futboleros noventeros), voces en el otro
aplaudiendo la división interna en mi ”bando” (curioso llamar a la opinión
división, curioso) y diferentes voces en el otro bando tildándome de infiltrado
a lapidar en la plaza pública (sea Mayor,de España, de Galicia o de Quitalascabas de Arriba). Todo esto por no
aceptar, cual stajanovista acepta el trabajar más y más para cumplir por lo
planificado desde el gobierno, la verdad monolítica de mi presunto bando.
Y así, y a esto hemos llegado,
todo bandos, en casa, en la familia, en el trabajo, en la calle, en las redes,
en todo. Y si eres de los que es un “opinador
picaflor” como yo… pues tienes un problema querido congénere, ya que serás
tildado de falso, equidistante, traidor, “ponerte de perfil” y ¡sabe Tyr qué
más! ya que…¡no has aceptado todo el paquete de pensamiento!, ¡has cogido
opiniones de varios bandos!.
Es curioso, ya que lo normal es
que seamos un poco de una opinión y un mucho de otra, o un poco de muchas, o
múltiples combinaciones que se nos ocurra; pero lo que parece que queremos
mostrar es el “monolitismo” en cuanto a opiniones. Y eso en mi opinión,
¡agarraos los machos y las hembras que ahí va mi apostolado!, es un error,
todos hemos conocido a gente que es una hija de Satán pero que han sido buenos
con nosotros (está claro que son buenos para determinados temas o situaciones)
y a auténticos santos que con nosotros han sido una mezcla de Lucifer y Baal
(nos hemos topado con su situación diabólica) y eso confirma, para bien o para
mal, que somos tan poliédricos que enrocarse en una opinión es una estupidez
total.
Pero bueno, con eso nos toca
vivir y dudo que mi “mierda de opinión” vaya arreglar nada (salvo echarla yo
fuera de mi maravilloso cuerpo) así que sigamos adelante recordemos la mítica
frase de Don Andrés Montes: ¡La vida puede ser maravillosa!, y lo nombro con
más motivo teniendo en cuenta que el gran Montes comparte peinado conmigo y uso
de gafas, ¡otro bando! (aunque ante el hecho de que su concentración melanínica era opuesta a la mía a lo
mejor resulta estamos en el mismo bando…y no lo estamos ¡a la vez!, ¡qué
complicado es esto del “bandismo”).
Eso sí a la mítica frase de Montes le haremos un matiz que escuché un día decir
en la radio “lo que no significa que lo sea”.
Está clara una cosa, al final el
mejor bando es el mítico que comenzaba con un: “De orden del seños alcalde, se
hace saber……..”; y lo diré con reservas, por si acaso.
La pintora no pintaba, llevaba
meses sin hacerlo y parecía haber perdido las musas, o quizá no. La sombra de
su ciudad le venía de perlas, era lo que más la inspiraba pero en su estudio
con olor a aguarrás y a pinturas de óleo no había la actividad febril que tenía
4 años atrás.
Poco a poco había ido apagándose,
no salía de su estudio pero no dejaba de ver sus lienzos en blanco, vacíos, y
veía como su paleta se convertía en una concentración de "manchones", de pinturas
secas y de pinturas diluidas por exceso del uso del aguarrás.
Con la mirada al suelo, como
estuvo durante meses en el último año, ella veía restos de carboncillos
afilados una y mil veces con su navaja, pero poco usados. Al lado de sus
caballetes solo se veía un caos de botes retorcidos de pintura, de botes con
aguarrás, de disolventes que desconocía de su existencia, de acetona, de
alcohol de quemar y un par de botellas de red
vintage del mismo día. Está claro que la imagen era la de una pintora
decadente, se reía pensando en que esa decadencia quizá haga ser millonarios a
sus descendientes dentro de 200 años…”Van
Gogh style”…pero por suerte ella solo se había cortado el pelo largo tras
decolorarlo, y no una oreja.
Se dio cuenta de que era un
cúmulo de tópicos artísticos, artista sin musas, ahogándose en su propio vaso
(no se sabía si de agua o de bilis…quizá más de bilis), con un pequeño
apartamento dejado de la mano del Dios que más cerca caiga, con un aspecto o
demasiado cool o demasiado dejado y
con restos de depresivos (legales en este caso, al ser derivados de la cebada)
por toda su morada. La verdad es que había caído en el tópico…pero pese a estar
en la mierda no se le activaba la creatividad.
Sabía que todo el mundo está
bajo, que el mundo es complicado, que debe despejar la cabeza, pero esas ayudas
del estilo Mr. Wonderfull no hacían
que saliera arriba, eso solo lo iba a conseguir levantando su puto culo de la
puta butaca de Ikea decolorada por sus disolventes y empezando a currar; como
dijo Picasso: que la creatividad te pille trabajando. Está claro que debía
desarrollar urgentemente el desapego a todo…a todo menos al trabajo ya que solo
ella podría sacarlo adelante, no podía esperar una mano mágica que le diera ese
empujón.
Y así empezó, impulsándose de la
destrozada butaca, un regalo de cuando era otra en otra vida, para buscar aire.
Se sorprendió a si misma con lágrimas en los ojos, aparentemente sin sentido
alguno había empezado a llorar, no lo había ni notado pero lloraba…lloros mudos
pero lloros al fin y al cabo, y parecía que no podía parar, era una sensación
rara, extraña, “de locos” pero…pero acto seguido empezó a pensar.
Empezó a pensar que era una
señal, empezó a pensar que era el punto y aparte que necesitaba, empezó a
pensar en ese punto y aparte y se dio cuenta de algo, que no era un punto y
aparte, era un punto final. Y todo punto final implica que hay que empezar un
nuevo párrafo, que en este caso iba a ser ya un nuevo libro.
Tiró al suelo los lienzos y cogió
un simple block de dibujo, el mítico lápiz Staedtler número 5 con su culo azul,
una goma Milan rosa ya redonda por causa de su uso y un afila metálico desgastado por su uso desde quinto de EGB, y sus
manos empezaron a dibujar, a dibujar sin parar, parecía una exhibición de
escritura rápida pero no, era ella creando. Estaba creando, sin parar; creando
como no había hecho en meses, esos meses incalificables que, como si fuera un
libro acabado, había dejado atrás con el punto final.
La pintora no había vuelto, ahora
simplemente dibujaba, dejó de ser la pintora para ser algo más simple y a la
vez más complicado, ahora era la dibujante; y lo había hecho por ella misma. No
se dio cuenta pero ya no lloraba, simplemente vivía, nada más y nada menos.
Hara volvía a ese macro refugio en la roca
que no sabía ni como ni quién había hecho, acababa de entregar el mensaje, un
mensaje que desconocía, e iba sumergida en sus pensamientos; al tiempo que se
agachaba y avanzaba por la cuneta para no ser vista por los Liberadores en ese
camino de retorno a ese sitio donde se protegían todos los del pueblo (se
negaba a llamarlo casa). Estaba muy deprimida, no sabía en esta situación a
donde le llevaría la vida (si es que esta era vida), había vivido muchos
cambios de bando de gente en la que confiaba, demasiadas decepciones en muy
poco tiempo, demasiado para una mente como la de Hara.
Los últimos años para Hara habían sido una
auténtica montaña rusa, intentaba estar bien, intentaba no venirse abajo, pero
siempre había algo en este mundo infernal en el que vivía que no le dejaba
venirse arriba (ni salir de abajo) pero trataba de disimularlo (mal disimulado)
por Vera. Vera estaba peor, la veía en el macro refugio a veces, pero
últimamente Vera se encerraba en el ala de los receptores (que era donde estaba
destinada, a diferencia de Hara, que estaba en la de los mensajeros) y en el
último mes solo usaba el intercomunicador para contestar a Hara respuestas
someras a sus preguntas, cuando no eran simples quejidos o monosílabos. Hara
sabía que Vera estaba mal, y por eso lidiaba con infinidad de difíciles e
incómodas situaciones ya que (seamos realistas); pese a su preocupación por
Vera, el riesgo de escuchar el silbido entrecortado de una bomba stuka (menuda
ironía retomar ese nombre) que los borraría de la faz de esta devastada tierra era
lo que ocupaba el 90% del tiempo de Hara, de Vera y de los residentes en el macro
refugio.
Y de camino a casa estaba Hara, ahora tirada
en el barro de la cuneta, escuchando muy lejos como silbidos entrecortados
sonaban. Esos silbidos solo podía significar una cosa, los Liberadores se
habían ido a bombardear lejos del macro refugio, pero aún así tenía que andar
con cuidado, las patrullas estaban en cualquier lado y encontrarse con una
mensajera…solía implicar solo una cosa para la mensajera (y no era buena). En
medio de la lluvia seguía avanzando Hara por esa cuneta enfangada y volvió a
pensar en Vera; ella en un momento de ganas de hablar le había dicho lo cansada
que estaba del ala de receptores, que pese a estar así ella no podía ayudarla
ya que los mensajeros no entenderían lo que pasaba en esa ala, pero que no se
preocupara, que ella sola saldría del problema mientras insistía en que ella
(Hara) no podía ayudarla. Y pensando en porqué no podía ayudarla estaba Hara
cuando escuchó un motor avanzar por la carretera en cuya cuneta ella estaba
tirada, en pocos segundos el vehículo estaba ya a la altura de Hara y ésta miró
hacia él aterrada, y la imagen no la aterró, pero sí le extrañó.
Desde el vehículo un hombre con el típico
aspecto hippie sesentero californiano
le miraba y la saludaba educadamente, pero sin transmitir precisamente
confianza hacia Hara, y a su lado estaba Vera, que la miraba con una mezcla de
indiferencia y normalidad. En los asientos delanteros había un hombre y una
mujer con un aspecto similar al educado, pero de semblante falso, hombre que
estaba junto a Vera.
-Hola Vera – dijo Hara-. ¿qué haces aquí?, ¿qué ha pasado?
Sin dejar de mirarla Vera, que en su mirada
no transmitía felicidad, sino más bien una forzada normalidad, le dijo:
-Esta gente es la salida al problema que te conté. Lo siento, este
infierno de mundo es duro y hace que cambiemos, no queda más que luchar por
sobrevivir. Cuídate.
Tras lo cualel coche arrancó mientras el hippie le mandaba un amable saludo con su
mano a Hara.
Hara no lo entendía, Vera había ideado un
plan de fuga y no le había dicho nada, no entendía su silencio cuando siempre
trataba de estar pendiente de lo mal que estaba, no entendía encontrarse con
esta situación de sopetón sin esperárselo, no entendía esa “política de hechos
consumados”o, más bien, prefería no entenderla por miedo a la decepción
definitiva. No lo entendía y, mientras pensaba en ello, notaba una extraña
sensación en el pecho, era una mezcla de un latigazo y un calor repentino;
“esto debe ser lo que llaman partir el corazón” pensó Hara.
Hara estaba demasiado ocupada en pensar en
como era posible no haber sido avisada por Vera, y demasiado sorprendida y
ocupada en llevar la mano a su pecho, esas dos cosas ocupaban en ese momento
todos sus sentidos. Y tener esos sentidos ocupados hizo que no se percatara de
dos cosas; en primer lugar del sonido de unas botas militares que pisaban el
barro y que cada vez sonaban más cerca, en segundo lugar del chasquido metálico del
momento de sacar el seguro de una pistola.
Ya a unos 500 metros estaba Vera, iba sentada
en el coche del comando de fuga de los receptores, trataba de no pensar en nada
pero no dejaba de pensar en mil cosas y en ninguna al mismo tiempo, seguía sin
estar bien, y según el segundo pensaba que había actuado fatal o no. Sus
compañeros de los asientos delanteros iban felices con la fuga, tanto que se
estaban sacando fotos para las que Vera posó; posó preciosa como siempre, su
pelo largo liso negro azabache y sus ojos verdes intensos hipnotizarían
cualquier cámara, y sonrió para la foto…foto para la que salió objetivamente
preciosa; pero ni sus ojos ni su sonrisa parecían sinceros, parecían muy forzados,
irreales, impostados. Esos pensamientos hicieron que no se percatase del sonido
de detonación de un disparo de una pistola que sonó a unos 500 metros en el
momento de sonar el ruido del obturador de la cámara; y en esos mismos pensamientos
seguía cuando, nuevamente sin ella percatarse, un silbido entrecortado se
acercaba más y más a ellos.
Ya avisé cuando este chapucero blog despertó
de su sueño motivado por ¡Dios sabe qué!. Lo dije, dije entre otras cosas que
la situación del Dépor me da para múltiples artabréos, pero…pero no voy a hacer
exactamente eso en un 100%, simplemente voy a abrirme un poco y contar como nos
sentimos muchos de los que tenemos el corazón blanco y azul, muchos de los que
somos de origen o sentimiento de esta esquinita del mapa dejada de la mano de
Dios, y olvidada por extraños y (penosamente) por propios.
Soy de una generación afortunada, lo
reconozco, vivimos en la era de la EGB, jugamos en parques no acolchados, teníamos
y tenemos cicatrices en las rodillas, codos y resto del cuerpo por el hecho de
jugar, fuimos la última generación que sabe lo que era jugar el fútbol en la
calle (sí, por donde pasan los coches) y, en el caso de los de mi zona, somos
la generación que vio aparecer un milagro, un milagro llamado Dépor.
A los de mi quinta el nacimiento de ese
milagro nos pilló en plena adolescencia, y lo vivimos en el principio de
nuestra veintena, y ahora debemos contarlo. Nos pilló en una época complicada,
todos sabemos como son las adolescencias; puede ser que tengas una adolescencia
feliz, que la tengas complicada, que la tengas muy complicada; puede ser que tu
adolescencia sea una época de estar solo, que estés rodeado de gente pero que aún
así te sientas solo, o que estés rodeado de gente pero seas un auténtico
amasijo de inseguridades que te lleve a ser un imbécil integral, pero tenías un
amigo que no te fallaba. Te sentías solo, te sentías sin encajar o simplemente
te sentías pensativo y llegaba el fin de semana y…y te sentabas al lado de la
radio, o enfrente al televisor y ponías el partido del Dépor y…y era un momento
de renacimiento, un momento de evasión, un momento en el que notabas que
formabas parte de algo (llámalo tribu, sentimiento, sociedad o grupo de
enajenados futboleros, pero era algo), y además de un algo del que te sentías
orgulloso.
Era la época en la que sabías que un mulato
brasileño del medio del campo era el punto de referencia en el que podías
confiar para que te representara, para que liderara a tu tribu; era la época en
la que veías como un tío de Carreira demostraba una y otra vez que en esta
esquinita sí que salían cosas buenas (no buenas, excepcionales); en la que veías
como un brasileño enclenque era lo más fuerte que había; en la que veías como
un brasileño con una incipiente panza demostraba que los gorditos también servían
para dar clases magistrales; como un levantino peleón y un donostiarra sudoroso
demostraban que la garra, el trabajo y el amor propio compensaban la falta de
talento natural; en la que veías como un pequeño castellano podía volar más alto
que un gigante alavés y ganar una copa del Rey; una época en la que un señor de
Arteixo era tu filósofo de cabecera; unos años en los que te ofrecías a pagar
por ver las negociaciones de un señor de Corcubión para traer a un jugador; y
sobre todo, como todos los jugadores que pasaban por el Dépor transmitían que sí,
no dejando de ser un futbolista enormemente bien pagado, formaban en mayor o
menor medida parte de tu tribu, que en mayor o menor medida sí sentían esos
colores y ese escudo, tus colores y tu escudo.
En esa época daba igual lo que pasase, veías
como tu familia se esforzaba por comprarle ¡la camiseta oficial! al crió ya que
era un “loco por el Dépor” y daba igual que fueses el crío solitario puteado, el
crío que se pegaba a los demás para encajar, el presuntamente encajado pero que
asumía su imbecilidad, daba igual quien fueses. Llegaba el fin de semana y te
enfundabas tus colores, ibas con ellos con una mezcla de orgullo y rubor por la
calle y cuando te encontrabas con otros en tu situación os mirabais como diciéndoos
“somos la leche”. En ese tiempo daba igual lo mal o bien que estuvieses, el Dépor,
tu fiel amigo, te ofrecía su mano, te decía “ven, yo estoy aquí” y te alegraba
el día, la semana, el mes. Era la época en la que los críos, y no tan críos,
deportivistas llegaban el lunes a clase, a la facultad, o al trabajo y presumían
de sus colores, ya que sabían que podíamos perder o ganar, pero plantábamos
cara a cualquiera y sabíamos que caeríamos de pie o ganaríamos, no había otra
opción.
Y esos críos crecimos, y dejamos de ser críos
pero seguimos siendo en el fondo los mismos que éramos antes, y …y ese Dépor,
nuestro fiel amigo, siguió ahí unos años más, dándonos alegrías, incluso provocó
nuestros primeros viajes con amigos (dentro o fuera de España), o que en
nuestros primeros viajes al extranjero dijésemos que éramos de Coruña y recibíamos
una respuesta típica en el acento local de donde íbamos: “¡Oh!, Deportivo La
Coruña!”, y en ese momento volvíamos a ser el crío que iba por la calle
orgulloso y ruborizado.
Ya vemos como era ese amigo, no solo no te
fallaba, no solo te acercó su mano cuando estabas solo, no solo te sirvió para
disfrutar con tus amigos y con tu familia, sino que por el mundo adelante te
hacía sentir orgulloso. Esa es la suerte que ha tenido mi generación, ha
conocido ese amigo que te ayudó, ese amigo incorpóreo, con tintes de ser un
sentimiento tribal…pero que era tu fiel amigo.
Y los años pasaron, y las crisis socioeconómicas
(¡qué os voy a contar!) y nuestro amigo las sufrió y las sufre. Y el ecosistema
de nuestro amigo cambió, los jugadores de los que antes hable ya no te transmitían
o te trasmiten lo mismo que los de antes, dan la sensación de ser un usar y
tirar recíproco con tu fiel amigo, él los usará y tirará…si ellos no lo hacen
antes…pero tu estás ahí.
Tu estás ahí ya que ves como está tu fiel
amigo, ves que no es la sombra de lo que fue, ves que se ha tratado de adaptar
a su ecosistema y que pelea como un loco por ello, y entonces recuerdas todo lo
anterior. Recuerdas como oías con tu madre o con tu padre los viejos partidos
en el mítico transistor “Internacional” o lo veías en la mítica tele “con culo”
de más de 10 años de antigüedad (milagro en los tiempos actuales). Recuerdas
como estabas solo pero el Dépor te animaba, recuerdas esos lunes de colegio,
facultad o trabajo en los que ibas sonriendo. Recuerdas esos primeros viajes en
los que el Dépor siempre jugaba o primordial o supercolateralmente un papel. Y recuerdas tantas alegrías que te da
igual lo que ves.
Te enfadas con jugadores, con direcciones técnicas,
con entrenadores, con directivas, con políticos; te tomas a risa a tu equipo,
juras en idiomas desconocidos cosas horribles, te acuerdas de ascendientes y
descendientes de jugadores y en ellos mismos, te expresas como un garrulo pero…pero pasa ese momento y al
segundo estás ahí, en tu asiento del campo, o delante de tu televisión o de
donde sea animando al Dépor sabiendo que a ojos de muchos (y del sentido común)
estás haciendo el imbécil pero, pero es una cuestión de sentimiento.
Él es tu fiel amigo, está (como dirían en mi
podcast deportivista favorito) “en la mierda”, pero tu estás ahí porque un día te
ofreció su mano cuando tu creías estar en la mierda y ahora te toca a ti.
Así que sí Dépor, mi fiel amigo, aquí me
tienes. Sé lo que va a pasar, pero vamos a darnos el sopapo juntos.
¡Forza Dépor!
(Y a los que no lo entendáis, como siempre,
¡salud!)
En algún momento de mi vida escuché, o malinterpreté a mi
manera, una frase referida a la vida (valga la redundancia): “La vida es un mar
de lágrimas con ridículos momentos de felicidad”. Quizá no era exactamente así,
pero así lo entendí. Siempre fui de la sensación de que, pese a lo que se pueda
pensar de mí, no soy un sujeto pesimista, sino que soy lo que llaman un “optimista
bien informado”, es decir; no es que espere demasiado de mis semejantes (y si
ya espero eso a mis años…mejor no digo como seré cuando llegue a la que ahora
es edad de jubilación, recalco: ahora).
Desde mi punto de vista hemos venido a esta vida a encontrarnos
con un montón de brujas y de cabrones (o machos cabríos, discúlpenme los
amantes del lenguaje políticamente correcto, pero no sé el equivalente de
brujas en dicho idioma, me sale solo “hechiceras del lado oscuro”, pero no sé
si ese punto de frikismo es
políticamente correcto); y que con esas dos clases de seres miembros de la
ciudadanía hemos de lidiar. La cuestión es que normalmente esos cabrones y esas
brujas simplemente te utilizan, te manipulan, te engañan, te mienten (o peor,
te cuentan medias verdades), te dejan tirado, se aprovechan de ti y, bueno, te
hacen cosas que en general encajan en todo lo antes dicho; pero en ciertas
ocasiones pasa lo que estamos viviendo estos días en España, el caso del pobre
niño Gabriel.
Esta criatura se encontró con su bruja particular, que deja
a los cabrones y brujas de los demás en meras brisas de aire, se encontró con
un ser incalificable, un ser que no solo hizo todo lo antes dije, sino que
demostró dotes de sangre fría con los pobres padres y familiares dignas de
provocar el vómito a cualquier persona con un mínimo de alma. Se encontró con
que su bruja particular lo asesinó, lo cual es algo que no puede entrar ni en
mis esquemas mentales, ni morales, ni en los de ninguna persona que tenga un
mínimo de alma y humanidad. A cada noticia que sale sobre el tema es más
estremecedor, más terrible, más incomprensible, más asqueroso, más
incalificable (e irónicamente más adjetivable). No sé qué decir, evidentemente
transmito mi apoyo a los padres del crio, apoyo que no vale absolutamente nada,
ya que no tengo ni un atisbo de intuición de lo que puede significar a nivel de
sufrimiento lo que están sufriendo esas dos personas. Solo sé que a la causante
le deseo que la podredumbre que tiene su alma se extienda a todo su ser, nada
más y nada menos. Y ya prefiero no entrar a comentar lo que el “mundo de redes
sociales” patrio discutió estos días, algunas opiniones fueron tan repugnantes
que no merecen ni el respeto ni el comentario.
Solo desear que Gabriel descanse en paz, y que los padres
puedan no ya superar, sino sobre llevar lo que por culpa de, en este caso, esa
bruja que ha hecho lo incalificable e incomprensible.
Tras esto los demás solo podemos pensar dos cosas sobre
nuestras brujas y nuestros cabrones particulares; por un lado que con nuestras
heridas, puñaladas y amputaciones figuradas saldremos adelante, si Cervantes
(conocido como “El Manco de Lepanto”) fue quien de escribir EL Quijote y Blas
de Lezo (conocido como “El Mediohombre” por las extremidades perdidas) fue
quien de hacer lo que hizo en Cartagena de Indias, ¿qué no podremos hacer
nosotros que solo hemos sido apuñalados y heridos por nuestros cabrones y
brujas?; y por otro lado que pensemos una cosa que encaja poco en nuestro
pensamiento culturalmente católico…el karma se lo hará pagar.
Así que lo dicho, en la situación actual pensemos en la
desgracia de esos padres, de ese niño y la barbaridad que han sufrido. En esta
situación transmitamos apoyo, saquemos lo bonito de la solidaridad de todos y
nada más (y nada menos)
Escuchaba el otro día en la radio
a un famosete, realmente ahora no recuerdo su nombre, y hacía un comentario en
referencia a sus redes sociales. Este caballero, desconozco si tiene caballos
pero así me referiré a él, comentaba una crítica que el “tuitero tipo” le había hecho (curioso, un tuitero criticando) porque este famosete había borrado un twitt en el que afirmaba que la
progenitora de un crítico con él se dedicaba a la presunta profesión más
antigua del mundo, y claro, para el “tuitero
tipo” era una vergüenza que borrase lo que había escrito. A esto este famoso
decía: “pero vamos a ver, en el momento en que escribí esa afirmación sobre la
profesión de esa progenitora era lo que pensaba, pero luego lo pensé mejor, vi
que era una burrada y que no lo pensaba y por ello lo borré; simplemente cambié
de opinión”.
Pues sí, ¿se puede cambiar de
opinión?, evidentemente; ¿se puede en estos tiempos?, pues parece ser que no.
Eso me recordó maravillosas cadenas de fotos que pululan por las redes
sociales, donde desde Günter Grass a Joseph Ratzinger pasando por la Reina
Federica de Grecia eran retratados como nazis…bueno, nazis en su juventud/niñez…concluimos
por lo tanto que fueron o son nazis a lo largo de toda su vida ya que todos
sabemos que la opinión no cambia (lo de analizar y constatar la situación
social y política alemana en tiempos del régimen nazi ya lo dejamos para otro
día, no vaya a ser que entremos en una situación donde la cosmopolita y
reconstruida Berlín actual tenga que ser demolida ya que…¡coño! había estado
llena de nazis… ¡que lo he visto en una foto en una red social!).
Y así estamos, estamos en la
dictadura de la foto, en el miedo del pantallazo, en el pánico a la opinión
antigua hecha pública ya que (como todos sabemos) lo que pensábamos cuando
eramos un cuasiimberbe universitario,
es lo mismo que pensamos cuando somos un barbudo trientañero, o cuando somos un arrugado e hiperalopécico jubilado con pensión pseudodigna (aclaro, lo pongo en masculino ya que soy un tío, que no se me enfade ningún
justiciero de twitter), está claro.
Y nuevamente alguien dirá, ¡eres
incoherente!; y sí y no. Todos tenemos una línea de pensamiento, una manera de
razonar, y esta evoluciona, y dicha evolución puede ser radical o leve, pero
siempre existe e implica cambio en la manera de pensar; así que podéis entender
que el jubilado al no pensar lo mismo que el universitario es incoherente…o que
es coherente al ser una evolución, yo creo y afirmo lo segundo…la sociedad tuitera actual parece tender a lo
primero. Paraos a pensar una cosa, el 95% de la población (vamos a conceder el
5% de error estadístico, lo siento soy de ciencias aunque haya gente que me
diga que soy de letras) dice ser buena persona, pero (y siempre hay un PERO)
¿acaso no hacemos daño a gente que queremos (o apreciamos o decimos valorar)
cuando actuamos egoístamente? Sí, es evidente; y ¿dejamos de vernos como buenas
personas? No. ¿Es ser incoherente eso? Desde luego. ¿Nos vemos como
incoherentes a nosotros mismos? No….bueno, no hasta que no nos lo digan y no tengamos
las gónadas de mirarnos al ombligo. Pues este estólido (toma palabro que ha
depuesto el ártabro) razonamiento nos vale para la sociedad tuitera actual…la gente no es coherente
toda su vida o; desde mi punto de vista, que para mi es el bueno AHORA MISMO, simplemente
evoluciona pudiendo llegar a situaciones opuestas.
Simplemente hay que tratar de
evolucionar bien, al menos a tus ojos y a los ojos de los que te quieren y
quieres, que ya es bastante y muy meritorio.
Pues si amigos, conocidos y gentes varias del lugar que en ocasiones se confunden con las dos clasificaciones anteriores, vivimos en esa época; la época del usar y tirar. Está claro que el planteamiento parece muy directo, pero igualmente está claro que es lo que hemos abrazado, lo que estamos abrazando y lo que, todo parece indicar, abrazaremos en el futuro. Usa y tira.
Vivimos en el reino de la llamada obsolescencia programada; una combinación de "palabros" que hace 15 años nos sonaría a comentario digno de un capítulo repuesto de Star Trek y que ahora un niño de 8 años víctima de las reformas educativas patrias podría explicar mejor que la mayoría de la sociedad (y sobre todo mejor que este humilde y chapucero bloguero ártabro). Sabemos que las cosas van a durar poco, y nos hemos acostumbrado a ello.
A todos nos gusta volver a casas donde hemos vivido, donde hemos estado en la infancia, y a la mayoría de los residentes en Artabria la evolución de nuestra sociedad nos ha regalado algo que no valoramos lo suficiente: "una casa en la aldea". Esas casas en la aldea donde podemos ver recuerdos de nuestros familiares, algunos de los cuales no hemos llegado a conocer, pero que dejaron su legado en forma de historias y en forma de cosas. En esas casas podemos ver camas antiguas, que siguen en perfecto estado, donde volvemos a descansar como hicieron nuestros bisabuelos, vemos relojes antiguos (sean de pie, de sobremesa, o de bolsillo) donde seguimos viendo la hora como ellos lo vieron antes, disfrutamos de comidas en vajillas en las que ellos disfrutaron posiblemente de los mismos platos e incluso paseamos, nos sentamos y pensamos por caminos, bancos de piedra y paisajes que (independientemente del crecimiento forestal) se parecen extraordinariamente a lo que nuestros antepasados vivieron mientras hacían lo mismo que nosotros hacemos ahora.
Y nos gusta, y nos encanta, y disfrutamos, y colgamos (como sabéis, yo el primero) con frases pseudoprofundas imágenes de estas visitas en nuestras redes sociales. Pero...pero ya no somos así, porque mientras pensamos eso escuchamos en nuestra cabeza "¿cuando cambiaré de móvil? este que tiene 2 años ya me va lento, tengo que tirarlo", o al arrancar hacia la localidad presuntamente moderna en la que vivimos pensaremos "tengo un coche de 13 años ¿cuando lo cambio? es que ya es una antigualla", o al llegar a nuestra casa y veamos un mueble de diseño sueco de hace 7 años diremos "tengo que ir al centro comercial, ya está pasada esta estantería", y ya no hablemos de cuando abramos nuestro armario y pensemos "me voy a comprar ropa, la que tengo es como mínimo de hace un año". Y en esa demostración de incoherencia seguiremos todo el día, todo el día y toda la semana, pero haciendo auténticos comentarios dignos de Paulo Coelho (léase Coello por Dios, si vuelvo a escuchar a algún presunto cultureta decir Coel-o es posible que sea procesado por cometer un delito de odio) cuando volvemos a la aldea, cuando decimos que lo viejo es lo auténtico y cuando tardamos cinco minutos en demostrar que no predicamos con el ejemplo.
Pero es así, así estamos viviendo en sociedad y así hemos de asumirlo. El usar y tirar es lo que manda, es en lo que nos movemos, es lo que en clase nos decían que era uno de los motores del "círculo virtuoso de la economía" y así nos hemos de resignar. Usa y tira, compra de nuevo y tira; y así te encontrarás con una acumulación de objetos obsolescentes dejando tu casa en un inicio de tendencia diogénica. Y a esto nos hemos rendido, y así vivimos, y así somos.
Pero dentro de la victoria del usar y tirar solo voy a recomendar una cosa. No solo con los objetos de consumo somos usuarios, en ocasiones somos usuarios de otras personas y esas otras personas son utilizados por nosotros; y no. No. No debemos usar a las personas como un mero medio para cubrir una necesidad para luego dejarlos tirados cual envoltorio de un caramelo; si eres usurario seguramente provoques una profunda decepción en el utilizado y quizá obtengas tu objetivo a corto, pero serás una desgracia humana a medio o largo plazo. Así que, amigos artabreadores, si vais a usar a otro artabreador hablad con él en todo momento y explicar la situación, evitad daños evitables.
Y con ese párrafo incoherente, tan clásico de este chapucero bloguero, en el que pido que no se use y tire tras haberme rendido previamente a la dictadura del usar y tirar, me despido, pero ahí ya como siempre y hasta la próxima chapuza ártabra.
Desde
cierto puesto de trabajo por el que pasé, se me ha pegado un comentario a
soltar siempre en un momento temporal lejano al carnaval, esa frase es “ya está
ahí el carnaval y no sé que ponerme”, y la mejor época para decir dicha frase
es entre el miércoles de ceniza y Semana Santa. Precisamente esta frase es muy
aplicable (ahora de verdad) ahora mismo, el carnaval ya está ahí y yo (casi) no
sé que ponerme.
Mi relación
personal con el carnaval ha sido siempre un Guadiana; cuando era pequeño me
encantaba, conforme crecía dejaba de gustarme…para volver a gustarme fugazmente
en algunos años de la adolescencia y volver a no gustarme hasta estar bien
crecidito, donde avatares de mi vida hicieron que volviese a abrazar el vicio
carnavalero…actualmente mi relación con el carnaval está en un lugar
profundamente metafísico: el limbo. Pero de todos modos, mi relación personal
importa básicamente lo mismo que una memez estándar de cualquier ser vivo estándar,
lo que realmente me “preocupa” es el futuro del carnaval, de la fiesta del Rey
Carnal, de la fiesta de lo provocador, del momento de abrazar el paganismo (en
el significado más amplio de la palabra).
Y ¿por
qué temo por él?, os preguntareis vosotros queridos artabreadores, pues me
remito a la Era en la que vivimos, que podría ser bautizada como “La era de los
ofendidos”. El año pasado, uno de los carteles que publicitaban el carnaval
coruñés sacaba una caricatura (dibujada con poco detalle) de un cura (u obispo
o incluso sí podría interpretarse como el propio Papa de Roma), pues bien, una
bienpensante asociación lucense de viudas se sintió ofendida y denunció dicho
cartel; cada uno podrá tener su opinión pero, a mi modo de ver, no abrieron una
espita sino que se sumaron a la tendencia actual: todo ofende. Ese “todo ofende”
lo vi por primera vez en un “meme” (esa gran aportación de Internet a la poco
decadente cultura global) en la que se comparaba a unos jóvenes de los años 40 diciendo que se
marchaban a pelear a la guerra con un joven actual que solo aparecía con el
ceño fruncido con la frase I AM OFFENDED; temo que es un buen resumen.
Pues en
esta época de las ofensas hará unos 15 días leí una situación que, desde mi
decadente y memo punto de vista, fue una oda al absurdo; la situación era la
siguiente: “La serie Friends es
considerada ofensiva”, usando como uno de los argumentos las bromas hacia Ross
sobre homosexuales en referencia a su ex mujer lesbiana… mi reacción fue
frotarme los ojos ya que, en mi época universitaria, consideré genial, muy
avanzado, muy valiente y muy integrador el capítulo de Friends en el que, por
primera vez, se veía en una serie de éxito mundial una boda de dos lesbianas e
igualmente como se normalizaba esa situación….pero no, ahora es una serie
ofensiva.
Y ese
ejemplo es lo que me hace, entre otras cosas, temer por el futuro del carnaval;
el año pasado fue la asociación de viudas lucenses ofensivas por una
representación, presuntamente, del Papa; el año actual podría darse el caso de
que la Republica Argentina solicite que la gente no se disfrace de Maradona
(disfraz fácil a la par que bonito) por utilizar tópicos futbolísticos, localistas
y sobre la adicción a sustancias ilegales; el año que viene es posible que la
federación de payasos pase a denunciar el poco reconocimiento a su arte por
rebajarlos a típico disfraz de carnaval, y si seguimos así mataremos el
carnaval y solo podremos…no, no podremos hacer nada en carnaval ya que TODO
podría ofender a alguna persona y por ello nos lo autoprohibiremos en esta
sociedad tan presuntamente libre en la que vivimos.
Pero
bueno, por suerte, al menos para los gallegos, siempre nos quedarán los
cocidos, laconadas, orejas, filloas y demás. Ya que no creo que ofendan a nadie
(espero).
¡Salud!
(y los que queráis ¡disfrazaros!, yo aún no sé si vuelvo a mi etapa carnavalera
o no)
Pues sí queridos lectores, hoy es día uno de enero y lo
típico y tópico nos pide que se haga la típica entrada de felicitar el año que
hoy empieza (más si no he hecho ninguna navideña este año), nos pide que
tiremos de los buenos deseos, de los buenos recuerdos, de los buenos
propósitos, de lo bueno, es decir, de lo tópico.
Pero los que me conocen algo ya saben que soy un bicho raro,
así que no vamos a ir por ahí. No soy una persona que aplique sus consejos,
pero creo que sí los puedo dar a la gente para así poder abrazar la
incoherencia más absoluta. No os voy a dar los buenos deseos que antes decía,
no, os voy a decir una sola cosa para encarar lo que empieza hoy: pelead.
Pelead sí, pelad cada día por que sea el mejor de vuestros
días, metas a corto plazo (pasitos de bebé, que me dijeron en una ocasión más
feliz). Pelead vuestro día a día para vencer, pero tened siempre en cuenta algo;
habrá días en que seáis Blas de Lezo en Cartagena, o Montgomery en África, pero
en otras ocasiones acabaréis el día como Alí Pachá en Lepanto o haréis el
ridículo cual si fueseis la versión humana de la Linea Maginot; tenedlo en
cuenta.
Luchad cada día, pero no os olvidéis de llevar vuestro
escudo para las decepciones, que son peores que los disgustos y que no las
detonan las discusiones, las detonan detalles aparentemente inocentes como una
marca en una puerta, un recuerdo de un museo, un rayazo en el coche, una foto dentro de un grupo de recuerdos, una
taza colocada de una determinada manera, un jarrón de un determinado modelo de
Ikea…ya se sabe, detalles que te abren los ojos a las situaciones evidentes y
decepcionantes que no éramos capaces de ver. Contra eso llevad siempre vuestro
escudo y no dejéis de pelear cada día para que en cada uno de ellos se salga lo
más victorioso posible.
Peleadlo, tratad de ser mejores para vosotros mismos, no
relativicéis, centraros en vuestro propio yo, sonará egoísta pero creo que es
lo que uno debe ser; si uno es bueno consigo mismo eso hará que sea mejor para
la gente que realmente lo aprecia, los de verdad. Ese es el consejo que da este
chapucero ártabro, que a duras penas se lo va a aplicar a si mismo pero que cree
que vosotros debéis aplicarlo: pelead cada día, tratad de vencer para que
cuando hagáis el (ahora sí) tópico balance de fin de año podáis decir: yo he
tenido más victorias que derrotas.
Y para acabar van un par de cosillas; por un lado una
canción que no me pega nada, que hasta es antigua, pero que tras oírla ayer en
pleno festejo navideño creo que encaja a la perfección en mi ánimo de hoy a la
lucha diaria, y por otro lado para demostrar la incoherencia de los anteriores
cinco párrafos: ¡Feliz año! (ya sabéis, no busquéis en mi coherencia total, eso
es imposible).