martes, 1 de mayo de 2018

Oscuridad de Schrödinger


Hara volvía a ese macro refugio en la roca que no sabía ni como ni quién había hecho, acababa de entregar el mensaje, un mensaje que desconocía, e iba sumergida en sus pensamientos; al tiempo que se agachaba y avanzaba por la cuneta para no ser vista por los Liberadores en ese camino de retorno a ese sitio donde se protegían todos los del pueblo (se negaba a llamarlo casa). Estaba muy deprimida, no sabía en esta situación a donde le llevaría la vida (si es que esta era vida), había vivido muchos cambios de bando de gente en la que confiaba, demasiadas decepciones en muy poco tiempo, demasiado para una mente como la de Hara.

Los últimos años para Hara habían sido una auténtica montaña rusa, intentaba estar bien, intentaba no venirse abajo, pero siempre había algo en este mundo infernal en el que vivía que no le dejaba venirse arriba (ni salir de abajo) pero trataba de disimularlo (mal disimulado) por Vera. Vera estaba peor, la veía en el macro refugio a veces, pero últimamente Vera se encerraba en el ala de los receptores (que era donde estaba destinada, a diferencia de Hara, que estaba en la de los mensajeros) y en el último mes solo usaba el intercomunicador para contestar a Hara respuestas someras a sus preguntas, cuando no eran simples quejidos o monosílabos. Hara sabía que Vera estaba mal, y por eso lidiaba con infinidad de difíciles e incómodas situaciones ya que (seamos realistas); pese a su preocupación por Vera, el riesgo de escuchar el silbido entrecortado de una bomba stuka (menuda ironía retomar ese nombre) que los borraría de la faz de esta devastada tierra era lo que ocupaba el 90% del tiempo de Hara, de Vera y de los residentes en el macro refugio.

Y de camino a casa estaba Hara, ahora tirada en el barro de la cuneta, escuchando muy lejos como silbidos entrecortados sonaban. Esos silbidos solo podía significar una cosa, los Liberadores se habían ido a bombardear lejos del macro refugio, pero aún así tenía que andar con cuidado, las patrullas estaban en cualquier lado y encontrarse con una mensajera…solía implicar solo una cosa para la mensajera (y no era buena). En medio de la lluvia seguía avanzando Hara por esa cuneta enfangada y volvió a pensar en Vera; ella en un momento de ganas de hablar le había dicho lo cansada que estaba del ala de receptores, que pese a estar así ella no podía ayudarla ya que los mensajeros no entenderían lo que pasaba en esa ala, pero que no se preocupara, que ella sola saldría del problema mientras insistía en que ella (Hara) no podía ayudarla. Y pensando en porqué no podía ayudarla estaba Hara cuando escuchó un motor avanzar por la carretera en cuya cuneta ella estaba tirada, en pocos segundos el vehículo estaba ya a la altura de Hara y ésta miró hacia él aterrada, y la imagen no la aterró, pero sí le extrañó.

Desde el vehículo un hombre con el típico aspecto hippie sesentero californiano le miraba y la saludaba educadamente, pero sin transmitir precisamente confianza hacia Hara, y a su lado estaba Vera, que la miraba con una mezcla de indiferencia y normalidad. En los asientos delanteros había un hombre y una mujer con un aspecto similar al educado, pero de semblante falso, hombre que estaba junto a Vera.

-         Hola Vera – dijo Hara-. ¿qué haces aquí?, ¿qué ha pasado?

Sin dejar de mirarla Vera, que en su mirada no transmitía felicidad, sino más bien una forzada normalidad, le dijo:

-         Esta gente es la salida al problema que te conté. Lo siento, este infierno de mundo es duro y hace que cambiemos, no queda más que luchar por sobrevivir. Cuídate.

Tras lo cual  el coche arrancó mientras el hippie le mandaba un amable saludo con su mano a Hara.

Hara no lo entendía, Vera había ideado un plan de fuga y no le había dicho nada, no entendía su silencio cuando siempre trataba de estar pendiente de lo mal que estaba, no entendía encontrarse con esta situación de sopetón sin esperárselo, no entendía esa “política de hechos consumados”o, más bien, prefería no entenderla por miedo a la decepción definitiva. No lo entendía y, mientras pensaba en ello, notaba una extraña sensación en el pecho, era una mezcla de un latigazo y un calor repentino; “esto debe ser lo que llaman partir el corazón” pensó Hara.

Hara estaba demasiado ocupada en pensar en como era posible no haber sido avisada por Vera, y demasiado sorprendida y ocupada en llevar la mano a su pecho, esas dos cosas ocupaban en ese momento todos sus sentidos. Y tener esos sentidos ocupados hizo que no se percatara de dos cosas; en primer lugar del sonido de unas botas militares que pisaban el barro y que cada vez sonaban más cerca, en segundo lugar del chasquido metálico del momento de sacar el seguro de una pistola.

Ya a unos 500 metros estaba Vera, iba sentada en el coche del comando de fuga de los receptores, trataba de no pensar en nada pero no dejaba de pensar en mil cosas y en ninguna al mismo tiempo, seguía sin estar bien, y según el segundo pensaba que había actuado fatal o no. Sus compañeros de los asientos delanteros iban felices con la fuga, tanto que se estaban sacando fotos para las que Vera posó; posó preciosa como siempre, su pelo largo liso negro azabache y sus ojos verdes intensos hipnotizarían cualquier cámara, y sonrió para la foto…foto para la que salió objetivamente preciosa; pero ni sus ojos ni su sonrisa parecían sinceros, parecían muy forzados, irreales, impostados. Esos pensamientos hicieron que no se percatase del sonido de detonación de un disparo de una pistola que sonó a unos 500 metros en el momento de sonar el ruido del obturador de la cámara; y en esos mismos pensamientos seguía cuando, nuevamente sin ella percatarse, un silbido entrecortado se acercaba más y más a ellos.