Caminaba por la costa, esa costa mil veces vista por miles
de personas, donde la mayoría de las personas se fijaba en el feísmo, en las cosas raras que la extraña
creatividad de la gente había llevado a levantar casi en las orillas del mar.
Ella pasaba al lado y recorría esa costa.
La brisa del mar movía su larga melena oscura, y mientras
paseaba escuchaba las frases de la gente que pasaba a su lado:
-
Qué casa tan horrible.
Esa fue la primera de las frases que escuchó, pero había
más:
-
Pero, ¿a quién se le ocurre levantar esa
atrocidad aquí?
Era la segunda frase que escuchaba, pero ella seguía
caminando, disfrutando de la arena mojada de la playa en un atardecer
veraniego, mientras las olas y algunas algas acariciaban sus pies. Ella
caminaba y sonreía, mientras seguía avanzando por la orilla.
Escuchaba a las gentes, escuchaba a los animales, sentía en
sus manos como salpicaba la fresca agua del mar al chocar contra sus pies,
notaba como la arena en suspensión le rozaba el cuerpo, olía el olor a mar,
olía incluso los olores de las gentes que abandonaban la playa, con esa mezcla
de olor a mar, a crema, a calor, a salitre, a un poco de todo.
Olía, oía, sentía todo lo que había a su alrededor, y pese a
las frases de críticas al aspecto de lo que le rodeaba ella sonreía. Sonreía
con una sonrisa que podía iluminar ese atardecer, sonreía sin que se le
pudieran ver los ojos detrás de sus gafas de sol, sonreía mientras miraba al
mar, sonreía mientras llevaba la mano a sus gafas para sacárselas.
Y una vez se las sacó no se veían sus ojos, se veía luz, y
empezó a hablar, empezó a hablar aparentemente sola.
Empezó a contar lo que veía de veras, que era la verdadera
belleza de esa costa, la verdadera belleza de ese mar, la verdadera belleza de
esa tierra, la verdadera belleza de esa brisa, la verdadera belleza de todo lo
que la rodeaba. Ella sí lo veía, no tenía que fijarse en la “realidad” que
criticaban otros, no, no le hacía falta. Ni tan siquiera era una evocación a
una belleza pasada, no era una narración en diferido de la belleza, no, era la
belleza del momento.
Ella contaba en directo la belleza, y era ella quien lo
contaba ya que ella era la única que podía verlo. Y era la única ya que los
demás no querían verlo, esos demás que en ese momento tenían una decisión en
sus manos, oírlo y así verlo o no hacerlo y seguir ciegos.
Decidid ahora vosotros. Yo ya lo he hecho.
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