domingo, 30 de diciembre de 2018

Acabando el año


En la primera de las entradas del año, para ser original, este humilde y chapucero ártabro hacía el enésimo ejercicio de incoherencia vital y procedía a hacer una nofelicitación del nuevo año… para acto seguido rematar la entrada con una felicitación del año. Está claro que, quien me conozca, sabe que este tipo de trapalladas son muy “marca de la casa”.

Pues bien, ya veis como el año ha ido avanzando, la periodicidad de mis publicaciones ha sido bastante “aleatoria” y, entre una cosa y otra, hemos llegado a 30 de diciembre; por lo que para seguir siendo un bicho raro de manual aquí va a ir mi felicitación (extraña como encontrar un riachuelo en Tatooine) de fin de año.

Pero ¿felicitación?, sí, felicitación. El motivo está íntimamente relacionado con la entrada del día 1 de enero; en ella, de un modo macarrónico, hablaba de ir avanzando batalla a batalla, de relativizar, de defenderse pero, sobre todo, de pelear. De pelear cada día, de tratar de hacer cada día un nueva victoria, y así, ir edificando una seguridad que es lo que por ahí llaman pasar un feliz año. Al menos yo así lo veía el día 1 y lo sigo viendo hoy, cuando estamos casi en modo “auditoria del año”.

Y como este ha sido un año de lucha de todos y cada uno de nosotros, solo puedo levantarme y aplaudiros; sí, aplaudiros. Aplaudiros ya que, aunque algunos de vosotros no os deis cuenta, todos hemos peleado cada una de esas batallas y hemos salido bien parados, en mayor o menor medida, porque (aunque no lo veamos) así es.

Ahora ya solo queda un día para finalizar este año, y ese último día lo encararemos con la mejor sonrisa que podamos tener para nosotros mismos, lo cual nos llevará a estar preparados para empezar una nueva etapa: la de 2019.

Así que lo dicho, con una chapucera antelación de un día, ¡feliz año nuevo!.


Y… como siempre:

¡SALUD!


miércoles, 12 de diciembre de 2018

Sentir

Caminaba por la costa, esa costa mil veces vista por miles de personas, donde la mayoría de las personas se fijaba en el feísmo, en las cosas raras que la extraña creatividad de la gente había llevado a levantar casi en las orillas del mar. Ella pasaba al lado y recorría esa costa.

La brisa del mar movía su larga melena oscura, y mientras paseaba escuchaba las frases de la gente que pasaba a su lado:

-          Qué casa tan horrible.

Esa fue la primera de las frases que escuchó, pero había más:

-          Pero, ¿a quién se le ocurre levantar esa atrocidad aquí?

Era la segunda frase que escuchaba, pero ella seguía caminando, disfrutando de la arena mojada de la playa en un atardecer veraniego, mientras las olas y algunas algas acariciaban sus pies. Ella caminaba y sonreía, mientras seguía avanzando por la orilla.

Escuchaba a las gentes, escuchaba a los animales, sentía en sus manos como salpicaba la fresca agua del mar al chocar contra sus pies, notaba como la arena en suspensión le rozaba el cuerpo, olía el olor a mar, olía incluso los olores de las gentes que abandonaban la playa, con esa mezcla de olor a mar, a crema, a calor, a salitre, a un poco de todo.

Olía, oía, sentía todo lo que había a su alrededor, y pese a las frases de críticas al aspecto de lo que le rodeaba ella sonreía. Sonreía con una sonrisa que podía iluminar ese atardecer, sonreía sin que se le pudieran ver los ojos detrás de sus gafas de sol, sonreía mientras miraba al mar, sonreía mientras llevaba la mano a sus gafas para sacárselas.
Y una vez se las sacó no se veían sus ojos, se veía luz, y empezó a hablar, empezó a hablar aparentemente sola.

Empezó a contar lo que veía de veras, que era la verdadera belleza de esa costa, la verdadera belleza de ese mar, la verdadera belleza de esa tierra, la verdadera belleza de esa brisa, la verdadera belleza de todo lo que la rodeaba. Ella sí lo veía, no tenía que fijarse en la “realidad” que criticaban otros, no, no le hacía falta. Ni tan siquiera era una evocación a una belleza pasada, no era una narración en diferido de la belleza, no, era la belleza del momento.

Ella contaba en directo la belleza, y era ella quien lo contaba ya que ella era la única que podía verlo. Y era la única ya que los demás no querían verlo, esos demás que en ese momento tenían una decisión en sus manos, oírlo y así verlo o no hacerlo y seguir ciegos.

Decidid ahora vosotros. Yo ya lo he hecho.