Sí, resulta que no iba a ver una sesuda producción británica en la cual la inclinación de la jarra al servir el agua era una metáfora de la sociedad esclavista del siglo XVIII; ni un film francés en el que el uso de un Citroën de color rojo lucifer (en este momento algunos que conozco están riéndose) es una alegoría contra el imperialismo automovilístico estadounidense; ni una película de culto española en la cual aparece ¡oh sorpresa! un transexual que representa la represión de una sociedad que durante siglos ha sido castrada por el clero ultracatólico dominante; ni tampoco una lacrimógena y pseudoindependiente obra estadounidense donde se ve la evolución de una familia judía, desde que huía del holocausto en la Alemania nazi hasta que su éxito económico la convertía en una familia hipercapitalista explotadora de afroamericanos (¡toma ya!, soy una persona humana nueva, ¡no he usado la palabra negro!, ¡qué majo soy!) y de inmigrantes hispanos ilegales, película que no sería más que una metáfora de la decadente evolución de EEUU (creo que Oliver Stone y Spielberg ya pueden empezar con el guión ¡se lo he puesto a huevo!)
No no vi nada de eso, vi, ¡nada más y nada menos! que un espagueti western simplón evidente y de violencia gratuita y sin sentido (y que seguramente se convierta en un clásico porque ¡no veáis lo políticamente incorrecto que era!), vi "Le llamaban Trinidad", ¡y me reí!.
Conclusión, como la mayoría de las personas humanas (si es que merezco un premio, ¡que poco sexista soy!, ¡que tío!, ¡sigo sin decir hombre!) soy simple y he llegado a reconocerlo, o bien me he caído o he llegado a un escalón superior, ¡el tiempo lo dirá!.
Yo ahora mismo solo puedo deciros una cosa ¡sed felices! y ¡poneros el mundo por montera!.
¡Salud!