miércoles, 15 de octubre de 2014

Eins, Zwei, Drei

Estaba sonando el timbre con una insistencia extraordinaria. La cabeza de Amílcar parecía que iba a explotar, entre la resaca que arrastraba, el sonido de la lluvia golpeando las ventanas y el insistente ruido del timbre del portal sentía que un grupo de obreros acababa de decidir construir un aparcamiento subterráneo en el único sitio de la ciudad donde no habían hecho uno, su cabeza.

La noche anterior había sido dura, había tenido una cena de compañeros de colegio y su sitio en la mesa había sido el peor de los imaginables. A un lado tenía a un compañero que se había convertido en el padre perfecto, había pasado toda la cena dando un auténtico máster sobre como hay que educar a los hijos, el significado de sus sollozos, las modalidades de sus deposiciones, la evolución de su tamaño, el apasionante concepto del "percentil" (que en este momento aún no llegaba a comprender), infinidad de más datos sobre el mundo de la infancia y, sobre todo, un apasionante recorrido por las mejores guarderías de Múnich; sí , como su esposa trabajaba en una famosa industria automovilística bávara este tipo vivía allí, así que Amílcar recibió una auténtica lección de como hay que vivir siendo un padre "hipster" en Múnich, apasionante.

Por el otro lado tenía sentado a un compañero que se había convertido en lo que en EEUU llamarían un "womanizer", y aquí toda la vida se le ha llamado "crápula". Presumía de una agenda digna de Barney Stinson, de sus conquistas, incluso de sus logros erótico-festivos con todo lujo de detalles. Y por si eso no fuera poco, residía en Berlín, así que Amílcar escuchó con todo lujo de detales como se ligaba en Berlín e incluso las posturas sexuales más de moda en la capital alemana. A esas horas de la noche empezaba a estar algo harto de "Deutschland"

Pero la noche no acabó ahí no, cuando la cena acabó todos acudieron a una cervecería a tomar algo, y con sus dos compañeros a rodeándole Amílcar llegó a la barra y pidió una cerveza de la cervecera local, ¡craso error!.

- ¡No hombre no!, Amílcar ¿como bebes eso?, ¡tienes que tomar una Weurtäger! - dijo el padre "bávaro"- que se hace con agua del manantial principal de Baviera. ¡Eso que tomas es basura!.

- Esa no está mal - dijo el crápula "berlinés"- pero a mi me gusta la Güermentiainer, que se hace con viejas técnicas de la recóndita Selva Negra. Pero tienes razón, lo que pidió Amílcar ¡es basura!.

Estuvieron todo el rato hablando de sus conocimientos de cerveza, y cuando Amílcar intentó decir su opinión recibió una sencilla respuesta dicha casi al unísono por los dos:

- Nosotros sabemos de cerveza, vivimos en Alemania.

Amílcar se quedó "ojiplático" al descubrir que los conocimientos se adquirían por ósmosis, así que optó por pedir una segunda y una tercera ronda de cerveza para él. Y esas rondas no le parecieron suficientes ya que tanto un excompañero como el otro empezaron en un momento determinado a cantar una supuesta canción típica del Oktoberfest muniqués, y estuvieron cantándola una y mil veces, tantas veces que el idioma alemán a Amílcar solo le daba ganas de decir una cosa:

- Póngame otra cerveza, por favor.

Y así fue toda la noche que recuerda Amílcar, cánticos populares en alemán por doquier y litros y litros de cerveza que entraban en su gaznate. Y ahora lo que oía era solo el timbre del portal, que sonaba, sonaba, sonaba y no paraba de sonar. Como pudo Amilcar salió de cama y, con la "madre de todas las resacas", fue hasta el telefonillo, acertando de milagro a musitar un "¿sí?", tras lo cual escuchó:

- Buenos días, ¿hay en esta casa alguien que sepa hablar alemán?

Y Amilcar se volvió a la cama sin contestar.


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