miércoles, 1 de enero de 2014

Yirimio el anacoreta

Era un tipo peculiar el tal Yirimio. Había llegado al pueblo hacía mucho tiempo,  la gente no sabía realmente si él había llegado al pueblo o si el propio pueblo había ido llegando a los alrededores de la vieja choza de Yirimio.

Era una choza que este barbudo anacoreta decía haber heredado, por fuera era digna y no se sospechaba nada de su interior, su interior era simplemente un vano, un vacío, tenía un suelo muy limpio y en una esquina un hueco de un horno y otro hueco para hacer un fuego...y nada más el resto era simplemente el vacío, vacío donde estaban echadas (que no colocadas) las pocas pertenencias de Yirimio.

Vestía Yirimio siempre la misma túnica azul, con capucha azul y atada igualmente con un cinturón de tela azul. Completaba esa vestimenta con "algo" en los pies que se sospechaba que era de color gris, pero no se sabía si eran unas sandalias, unos zapatos o unas simples zapatillas de casa destrozadas, y así se movía Yirimio por el pueblo.

Llevaba la cabeza afeitada (aparentemente era la única disciplina que aplicaba sobre su apariencia) y una larga barba con la que ya podía hacer trenzas. Sus ocupaciones diarias eran sencillas, iba a ejercitarse por la mañana, tras ello una frugal comida y dedicaba el resto del día a pintar, a esculpir pequeñas estatuas, a escribir y a poco más. Además no tenía relación alguna con sus vecinos.

Su cara era una cara normal, la gente le veía y decía, "pues tiene cara de buena persona" pero no se atrevían a hablar con él por su aspecto; de todos modos tampoco era Yirimio alguien que se acercara a la gente, estaba esperando que encontrar gente que le aportase algo y hacía mucho que no se daba el caso.

Fue así la vida en el pueblo durante mucho tiempo,  hasta que un día vieron luz que salía por la ventana de Yirimio, escucharon voces e incluso una musica que era evidentemente de un lugar lejano. Se fueron acercando y vieron que había gente dentro de la cabaña de Yirimio; uno de ellos era un tipo vestido de un modo incluso elegante, que iba perfectamente afeitado y comentaba con alegría las obras mientras sostenía con una mano una tosta que era de jamón y, aparentemente, de un exquisito queso de cabra, mientras la otra mano sostenía una copa que indudablemente era de Mencía.

 Estaba pasando esto cuando ese hombre afeitado giró su cabeza y vio a las gentes del pueblo en su ventana y les saludo sonriente, ellos se quedaron "ojipláticos", ¡era Yirimio!. Entonces Yirimio fue hasta la puerta y saludó a sus vecinos. Estos le preguntaron el motivo por el que nunca le habían visto comportarse de un modo tan civilizado como hoy, y él con una sarcástica sonrisa les dijo:

- No había nadie con quien comportarse así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario