Ya avisé cuando este chapucero blog despertó
de su sueño motivado por ¡Dios sabe qué!. Lo dije, dije entre otras cosas que
la situación del Dépor me da para múltiples artabréos, pero…pero no voy a hacer
exactamente eso en un 100%, simplemente voy a abrirme un poco y contar como nos
sentimos muchos de los que tenemos el corazón blanco y azul, muchos de los que
somos de origen o sentimiento de esta esquinita del mapa dejada de la mano de
Dios, y olvidada por extraños y (penosamente) por propios.
Soy de una generación afortunada, lo
reconozco, vivimos en la era de la EGB, jugamos en parques no acolchados, teníamos
y tenemos cicatrices en las rodillas, codos y resto del cuerpo por el hecho de
jugar, fuimos la última generación que sabe lo que era jugar el fútbol en la
calle (sí, por donde pasan los coches) y, en el caso de los de mi zona, somos
la generación que vio aparecer un milagro, un milagro llamado Dépor.
A los de mi quinta el nacimiento de ese
milagro nos pilló en plena adolescencia, y lo vivimos en el principio de
nuestra veintena, y ahora debemos contarlo. Nos pilló en una época complicada,
todos sabemos como son las adolescencias; puede ser que tengas una adolescencia
feliz, que la tengas complicada, que la tengas muy complicada; puede ser que tu
adolescencia sea una época de estar solo, que estés rodeado de gente pero que aún
así te sientas solo, o que estés rodeado de gente pero seas un auténtico
amasijo de inseguridades que te lleve a ser un imbécil integral, pero tenías un
amigo que no te fallaba. Te sentías solo, te sentías sin encajar o simplemente
te sentías pensativo y llegaba el fin de semana y…y te sentabas al lado de la
radio, o enfrente al televisor y ponías el partido del Dépor y…y era un momento
de renacimiento, un momento de evasión, un momento en el que notabas que
formabas parte de algo (llámalo tribu, sentimiento, sociedad o grupo de
enajenados futboleros, pero era algo), y además de un algo del que te sentías
orgulloso.
Era la época en la que sabías que un mulato
brasileño del medio del campo era el punto de referencia en el que podías
confiar para que te representara, para que liderara a tu tribu; era la época en
la que veías como un tío de Carreira demostraba una y otra vez que en esta
esquinita sí que salían cosas buenas (no buenas, excepcionales); en la que veías
como un brasileño enclenque era lo más fuerte que había; en la que veías como
un brasileño con una incipiente panza demostraba que los gorditos también servían
para dar clases magistrales; como un levantino peleón y un donostiarra sudoroso
demostraban que la garra, el trabajo y el amor propio compensaban la falta de
talento natural; en la que veías como un pequeño castellano podía volar más alto
que un gigante alavés y ganar una copa del Rey; una época en la que un señor de
Arteixo era tu filósofo de cabecera; unos años en los que te ofrecías a pagar
por ver las negociaciones de un señor de Corcubión para traer a un jugador; y
sobre todo, como todos los jugadores que pasaban por el Dépor transmitían que sí,
no dejando de ser un futbolista enormemente bien pagado, formaban en mayor o
menor medida parte de tu tribu, que en mayor o menor medida sí sentían esos
colores y ese escudo, tus colores y tu escudo.
En esa época daba igual lo que pasase, veías
como tu familia se esforzaba por comprarle ¡la camiseta oficial! al crió ya que
era un “loco por el Dépor” y daba igual que fueses el crío solitario puteado, el
crío que se pegaba a los demás para encajar, el presuntamente encajado pero que
asumía su imbecilidad, daba igual quien fueses. Llegaba el fin de semana y te
enfundabas tus colores, ibas con ellos con una mezcla de orgullo y rubor por la
calle y cuando te encontrabas con otros en tu situación os mirabais como diciéndoos
“somos la leche”. En ese tiempo daba igual lo mal o bien que estuvieses, el Dépor,
tu fiel amigo, te ofrecía su mano, te decía “ven, yo estoy aquí” y te alegraba
el día, la semana, el mes. Era la época en la que los críos, y no tan críos,
deportivistas llegaban el lunes a clase, a la facultad, o al trabajo y presumían
de sus colores, ya que sabían que podíamos perder o ganar, pero plantábamos
cara a cualquiera y sabíamos que caeríamos de pie o ganaríamos, no había otra
opción.
Y esos críos crecimos, y dejamos de ser críos
pero seguimos siendo en el fondo los mismos que éramos antes, y …y ese Dépor,
nuestro fiel amigo, siguió ahí unos años más, dándonos alegrías, incluso provocó
nuestros primeros viajes con amigos (dentro o fuera de España), o que en
nuestros primeros viajes al extranjero dijésemos que éramos de Coruña y recibíamos
una respuesta típica en el acento local de donde íbamos: “¡Oh!, Deportivo La
Coruña!”, y en ese momento volvíamos a ser el crío que iba por la calle
orgulloso y ruborizado.
Ya vemos como era ese amigo, no solo no te
fallaba, no solo te acercó su mano cuando estabas solo, no solo te sirvió para
disfrutar con tus amigos y con tu familia, sino que por el mundo adelante te
hacía sentir orgulloso. Esa es la suerte que ha tenido mi generación, ha
conocido ese amigo que te ayudó, ese amigo incorpóreo, con tintes de ser un
sentimiento tribal…pero que era tu fiel amigo.
Y los años pasaron, y las crisis socioeconómicas
(¡qué os voy a contar!) y nuestro amigo las sufrió y las sufre. Y el ecosistema
de nuestro amigo cambió, los jugadores de los que antes hable ya no te transmitían
o te trasmiten lo mismo que los de antes, dan la sensación de ser un usar y
tirar recíproco con tu fiel amigo, él los usará y tirará…si ellos no lo hacen
antes…pero tu estás ahí.
Tu estás ahí ya que ves como está tu fiel
amigo, ves que no es la sombra de lo que fue, ves que se ha tratado de adaptar
a su ecosistema y que pelea como un loco por ello, y entonces recuerdas todo lo
anterior. Recuerdas como oías con tu madre o con tu padre los viejos partidos
en el mítico transistor “Internacional” o lo veías en la mítica tele “con culo”
de más de 10 años de antigüedad (milagro en los tiempos actuales). Recuerdas
como estabas solo pero el Dépor te animaba, recuerdas esos lunes de colegio,
facultad o trabajo en los que ibas sonriendo. Recuerdas esos primeros viajes en
los que el Dépor siempre jugaba o primordial o supercolateralmente un papel. Y recuerdas tantas alegrías que te da
igual lo que ves.
Te enfadas con jugadores, con direcciones técnicas,
con entrenadores, con directivas, con políticos; te tomas a risa a tu equipo,
juras en idiomas desconocidos cosas horribles, te acuerdas de ascendientes y
descendientes de jugadores y en ellos mismos, te expresas como un garrulo pero…pero pasa ese momento y al
segundo estás ahí, en tu asiento del campo, o delante de tu televisión o de
donde sea animando al Dépor sabiendo que a ojos de muchos (y del sentido común)
estás haciendo el imbécil pero, pero es una cuestión de sentimiento.
Él es tu fiel amigo, está (como dirían en mi
podcast deportivista favorito) “en la mierda”, pero tu estás ahí porque un día te
ofreció su mano cuando tu creías estar en la mierda y ahora te toca a ti.
Así que sí Dépor, mi fiel amigo, aquí me
tienes. Sé lo que va a pasar, pero vamos a darnos el sopapo juntos.
¡Forza Dépor!
(Y a los que no lo entendáis, como siempre,
¡salud!)